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Mostrando entradas de enero, 2013

LA PISTA DE LOS COCHES ELECTRICOS

"Canguro" con capucha en gris marengo, vaqueros lavados, melena larga y mocasines. La niña de la casa chica tenía ya doce años. Era una mujer, en el sentido biológico de la palabra, desde hacía más de un año, y en ese tiempo había cambiado su aspecto. Las trenzas, a las que tanto acabó odiando, habían sido desterradas por fin al cajón de la infancia perdida, donde también quedó su flequillo, aquel que desafiaba continuamente la ley de la gravedad empeñándose en alzarse, como fuente de agua, para caer después en cascada.....¡ Remolino traidor!....... Era domingo, y fiesta. Los autos de choque, o coches eléctricos, como los llamamos por aquí, se habían instalado en el Atrio de la Parroquia de San Pedro Apóstol. Los bancos de frío hierro que rodeaban la pista estaban llenos de ruidosa chiquillería, cuyas risas eran ahogadas por el continuo sonido de la sirena de la atracción y la música que salía de la cabina. Raquel, Dolores, Isabel y ella se sentaron en uno de los banco

LA SOLEDAD DE LA LUNA

Mirando al horizonte las imágenes se difuminaban. El aire, impregnado de sal, refrescaba su cara. A lo lejos se veía una vela, recortada sobre el agua, avanzando hacia la playa. La arena bajo su cuerpo era suave y fría, el agua empezaba a llegar a sus pies con la marea de la tarde. Era hora de regresar a casa, era el momento de abandonar los recuerdos en aquella cala. Hubiese dado la vida por retener instantes, por obligar al sol a amanecer de nuevo, por pedir a la luna que sólo los iluminase a ellos.....Pero el mundo se empeñaba en seguir girando, y aquellos momentos se iban perdiendo más y más con los ocasos. Muchos soles se habían puesto desde aquella tarde, muchas lágrimas había derramado sobre el azul salado del agua, muchas miradas al horizonte intentando vislumbrar su rostro......Y el tiempo se paró aquella tarde para ella. Ahora, en aquella orilla ahora solitaria, con aquella espuma que quería alcanzar sus pies, con el horizonte sin velas y el sol apagándose, decidió

TARDE DE LLUVIA EN LA CASA CHICA

Llovía a cántaros esa tarde de invierno. Tras la pequeña ventana, la niña de la casa chica miraba los charcos que se habían formado en la calle. Mañana, si no llueve- pensó- podremos salir a jugar con las "pinchotas", el barro colorao es muy bueno para que se clave el hierro. Adentro de la casa, en aquella cocina que olía a carbón, su madre pelaba patatas a gallo para freírlas después en el perol. Sería la cena para todos, con unos huevos fritos de los que a ellos le gustaban, perfectos, sin puntillas, con la clara firme y la yema blandita para mojar el pan. Su padre se había venido del trabajo, poco se podía hacer en los tejados cuando el agua caía con tantas ganas. El era albañil, como casi todos los hombres que la niña conocía. Sus hermanos no estaban, seguramente jugaban con los amigos en sus casas, o quizás no, ya lo averiguarían cuando llegase el momento en que las tripas rugiesen y volvieran para cenar. Si traían el flequillo mojado y las ropas empapadas, se i