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Mostrando entradas de octubre, 2013

UN AÑO.

Una, dos, tres, cuatro....... Sentada en aquel banco de piedra, con la chaqueta sobre los hombros, miraba caer las hojas junto a ella. El parque estaba desierto si no mirabas más allá de aquellos setos, algo que a ella no importaba. Con sus gafas de lejos apenas podía, ni quería, ver más allá. Para mirar dentro de sí no necesitaba cristales. Hacía un año. Trescientos sesenta y cinco días con sus noches, sus horas, sus minutos y sus segundos. Un año. Observado desde fuera no era nada, un suspiro que arrancaba hojas al calendario, hojas que iban cayendo como esas otras que ahora observaba. Se fue rápido. No hubo despedidas. Un suspiro a medianoche, al acostarse, un suspiro que ella no supo interpretar y que achacó al cansancio de la vejez, fue lo último que salió de sus labios. Y se apagó. Un año, todo un largo y triste año. - ¿Porqué me has hecho esto?.... - Me tocó el turno, mi vida. - No digas tonterías, te deberías haber resistido. - No se puede pelear con la muert

UNA TARDE EN LA "CALLEJA".

¿Pan con chocolate, o con aceite y azúcar?..... La niña de la casa chica había terminado sus deberes de la escuela. Tocaba jugar en la calle. No había alquitrán. En su lugar, el terreno era de "barro colorao", algo que los niños agradecerían si jugaban a la "pinchota". A ella también le gustaba apuntar con el hierro afilado y clavar en aquel suelo blandito, casi rojo, formado a consecuencia de la lluvia de días anteriores y de aquella tierra tan buena para la diversión.     Si ahora viésemos a nuestros hijos con aquel hierro grueso, pesado, con la punta perfectamente  afilada para que clavase bien, nos echaríamos las manos a la cabeza, Los tiempos han cambiado, los niños de mi generación jugábamos con piedras, palos, latas viejas, hierros afilados, "tiradores" (tirachinas), y no ocurrían grandes desgracias. Si alguien se hacía un "bollo" (chichón), pues nada, moneda al canto y una cinta o pañuelo estilo Rambo para sujetarla..... Que no

PRIMERAS GOTAS DE OTOÑO.

Sentada en el sofá, con el café largo entre las manos, la televisión puesta en no importa qué cadena, miraba por la ventana la lluvia que acababa de llegar. Era otoño, estación recién estrenada a la que ella no tenía en buena estima. Ya se notaban los días un poco más cortos, un poquito más frescos -aunque no mucho, en Extremadura el verano se resiste a marchar- y el corazón se volvía nostálgico como el clima, cansino como las hojas amarillas que empezaban a caer..... Era tiempo de añoranzas, o no era el tiempo, sino la lluviosa tarde, que acompañaba al recuerdo de otros días pasados. Allí estaba, al fin y al cabo, abstraída de otra cosa que no fuese el lento descenso de las gotas de agua por los cristales. Había llovido mucho, muchos otoños habían pasado por su mirada, como también veranos con sus calimas, primaveras con sus olores e inviernos con sus aterradores fríos. La niña de la casa chica había vivido ya muchas estaciones, muchos años y aún no podía abandonar a aquella pe