Y tú me mecías en mi sueño, en aquel horrible sueño que me hacía llorar algunas noches. Y tu cuerpo era mi refugio, tus brazos la soga que me amarraba para no caer al precipicio.   Me acunabas como a un bebé perdido que ha encontrado por fin a su padre. Tus besos en mi frente y tu susurro tranquilizaba mi alma, aquella que tanto dolía en la pesadilla.    Y amanecía abrazada a ti, acurrucada como animal herido, calentita, calmada, protegida.   El sol asomaba por la ventana. Hoy teníamos el día para nosotros. Sin agobios, sin prisas, sin trabajo.   Te levantaste despacio y dejaste suavemente mi cabeza sobre la almohada para que no despertase aún. Decías que tenía una sonrisa dibujada en mi rostro y no querías que se borrase.   Fuiste a la cocina y preparaste un delicioso desayuno.   Mientras, yo viajaba esta vez contigo, en un nuevo sueño, y paseábamos descalzos por la arena de una playa. Sentía la brisa del mar en mi rostro y el calor de tu mano agarrando la mía.   Entonces oí c...
Un lugar donde escapar, un sitio donde encontrarme.