El teclado le parecía frío. Ella necesitaba la blancura del papel, el bolígrafo azul con el que siempre había escrito, la mesa vacía y la mente en lo que tenía delante. Hoy no era buen día para escribir. Aquella carta le estaba costando mucho, demasiado. Las luces de las farolas acababan de encenderse en la calle. El camión de la basura invadió el silencio del vecindario, que se preparaba para el descanso nocturno. Los vecinos de al lado tenían la televisión demasiado alta. Tendría que hablar con ellos. No es que a ella le molestase, más bien todo lo contrario. Gracias a ellos se sentía un poco menos sola. La vecina de arriba se preparaba para salir. Podía oír sus tacones de un lado a otro de la habitación. Era enfermera y tenía guardia esa noche. Enfrente, en otro bloque de edificios idéntico al que ella habitaba, podía ver luces encendidas y otras que iban apagándose conforme pasaban las horas. ¡Qué triste es una ciudad de noche un día laborable! Y ella seguía dándol...
Un lugar donde escapar, un sitio donde encontrarme.
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ResponderEliminarYa no sentiré el olor a pinturas cuando entre en tu casa. Aquellos lienzos quedaron solos, colgados en la pared, con el solo recuerdo de tu firma.
ResponderEliminar¡Cuántos cuadros habrás regalado que llevarán tu nombre!
Descansa en paz, hermano. Allí donde estás, seguro, estarás pintando un arco iris sobre nuestras cabezas.
Te quiero.
Diego Germán. 03/03/1958- 27/03/2020