Partió de madrugada, al abrigo de la noche, con algo de comida en un atillo y mucho miedo en el corazón. Atrás dejaba a su familia, su mujer, María, y sus hijos Carmen, Josefa, Juana, Isabel, Pedro y Antonio. Sus hijos, a los que quizás no volvería a ver, su esposa, a la que con total seguridad nunca más volvería a abrazar. Marchó a buen paso, intentando huir de un delator, de un seguro paseíllo al cementerio, de un chivatazo de un mal nacido que le había arruinado la vida. El nunca fue activista, su voz nunca se alzó contra nadie, su espalda nunca se irguió sino para descansar del duro trabajo. Aun así, alguien le odiaba. Aun así, algún mal hombre decidió que no merecía vivir y lo señaló como rojo. Ahora huía, intentaba escapar de la locura en la que se había convertido su pueblo. Muchos habían caído, a algunos los habían encarcelado, a otros fusilado, a muchas rapado y paseado por la plaza para escarmiento de las demás. A él le avisaron, e intentó alejarse todo lo posi...
Un lugar donde escapar, un sitio donde encontrarme.