Corrihuela llenaba los cordeles con huevos vacíos. Parecía la Plaza del pueblo engalanada por ferias. Allí, en el patio, en aquel abrevadero de mulas ya en desuso para tal fin, ponía a remojo los altramuces con agua limpia del pozo. Al lado de su casa, en una pequeña habitación, compartía zapatería con su hermano José, vecino de enfrente. Aquél pequeño habitáculo olía a cuero y a betún. En las paredes con techo bajo colgaban decenas de hormas de madera. Al lado de las pequeñas sillas de anea que usaban los hermanos para el trabajo se hallaban desparramadas las agujas curvas, el cerote y los cabos para coser. Ellos eran la antítesis uno del otro. José era regordete y más bien bajo. Gabriel era alto y delgado, lo que le valió el mote de Corrihuela por ser "alto y seguío" igual que la hierba con ese nombre, tal como le explicó su padre una de las veces que la niña le preguntó. Les prohibieron que entrasen a casa de Gabriel. Mataba gatos y los cocinaba. No era bu...
Un lugar donde escapar, un sitio donde encontrarme.