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LOLO Y LA AVENTURA DE CONVERTIRSE EN HERMANO MAYOR


Eran las doce de la noche cuando sintió que su abuela le despertaba. La casa estaba alborotada por los pasos nerviosos de su padre y los gemidos de dolor de su madre, que salía dificultosamente de la habitación portando una canastilla y un neceser. La abuela Rosa le dijo que sus padres salían para el hospital a buscar al hermanito. Él, le dijo, se iría con el abuelo a su casa porque los demás se iban con su mamá.

No le gustó para nada la noticia, entre otras cosas porque al despertarlo le habían sacado de un sueño donde vivía grandes aventuras que él protagonizaba como un auténtico héroe.

Además, la casa de los abuelos era aburrida. Ellos no tenían reproductor de vídeo y por tanto no podría ver su cinta preferida mientras desayunaba, como hacía casi a diario en su casa. Ahh, "La Bella y la Bestia", qué bonita era. Nunca, se decía aquella noche de octubre de 1994, se cansaría de ella. Si se estropease, iría a por otra al videoclub.

Aún con sueño en sus ojos de niño, se levantó y colocó su chándal, junto con aquellas zapatillas que unos días antes le compró su padre, aprovechando que habían salido a comprar cosas para el bebé que nacería pronto. Él se había plantado frente al escaparate de la zapatería y llorando suplicó que se las comprasen, pero no le hacían caso. Entonces, con toda la rabia aprendida en sus pocos años, pronunció las palabras fatídicas: " Ya no me queréis. Sólo queréis a ese enano que está en la barriga de mamá". Su mamá entonces miró a papá y entraron en la tienda. Salió triunfal con ellas puestas y se las seguiría poniendo todos los días desde entonces, porque para él eran un trofeo, su trofeo, una de las primeras victorias sobre sus padres.

A veces odiaba a ese hermanito que iba a tener, y recordaba con mucha claridad cuando sus padres le dieron la "cruel" noticia. Él había notado que su madre engordaba por momentos, pero no como la mamá de Jorge, que le había crecido más el culo, los brazos y las piernas, y se le había redondeado mucho la cara. A su mamá sólo le crecía la barriga como un globo cuando se va inflando para una fiesta de cumpleaños. Aquello le hacía temer que a su mamá le ocurría algo terrible, y que si se pinchaba con un alfiler se desinflaría como aquellos globos cuando él los explotaba.

Un día se armó de valor y le preguntó a su madre qué le ocurría. Al decirle que se sentase a su lado, que tenía algo que contarle, Lolo escondió en su espalda el alfiler que llevaba para curar a su mamá de aquella hinchazón en el vientre.

"Mira, Lolo - empezó mamá- esto que tengo aquí en la barriguita es tu nuevo hermanito, que está creciendo y creciendo dentro para luego salir guapo y fuerte como tú y seas su amigo y juegues con él".

Lolo quedó pensativo. ¿Cómo había entrado allí su hermano? ¿Le había hecho daño a mamá al meterse dentro? Su imaginación se disparó, pero no preguntó nada más. Él lo averiguaría por su cuenta, y si descubría que su hermano había hecho pupa a mamá, no lo querría nunca. Y que se olvidase de ser su amigo. 

Los meses siguientes se sintió un poco desplazado. Su mamá ya no jugaba con él en la alfombra del salón como solía hacer . Antes, hacía una "eternidad", los dos se revolcaban por el suelo uno sobre el otro, rodando, y al final de aquellas fingidas peleas siempre acababan abrazándose y comiéndose mutuamente a besos.

Ahora su madre se limitaba a hacer ejercicios en el suelo, soplando como el perrito de Carlos cuando le pedía caramelos. Otras veces se sentaba en el sillón y tejía unos diminutos zapatos de lana que a él se le antojaban poco prácticos para correr en el patio de vecinos. Un día le hizo saber a mamá que el hermanito no andaría bien con ellos y que debería ponerles unas suelas gordas de goma para que no se hiciese daño en el cemento ni se mojase los pies en los charcos. Su mamá se echó a reír por la ocurrencia y él se enfurruñó. "Mamá no sabe nada sobre niños"- pensó- y siguió jugando con sus bloques de construcción.

Había cumplido ya Lolo los cinco años y siempre había sido el ojito derecho de su madre, pero ahora él estaba solo. Ella solo se ocupaba de comprar ropitas y juguetitos para el bebé. Él quería un coche grande de esos que parecen de verdad y nadie se lo regalaba. Era injusto. Odiaba al pequeñajo no nacido y nadie podría obligarlo a quererle.

Después de ponerse el chándal y las zapatillas se dirigió a la cocina, pues su soñada aventura le había abierto el apetito, pero al ir a coger una manzana que había sobre la mesa oyó a su mamá cómo se quejaba y decidió ir a verla antes de que se marchase. La encontró de pie, esperando a su marido, con la cara blanca como la pared después de haber sufrido una contracción. Lolo se quedó parado frente a ella sin saber qué hacer. De pronto corrió hacia el salón llorando, y la abrazó. "Mamá, no te mueras. Yo voy a quererlo, voy a quererlo, pero no te mueras. ¿Te duele mucho el bebé? ¿Vas al hospital para que te lo saquen? ¿Luego te desinflarás como un globo? ¿Cómo va a salir?..." Preguntas y más preguntas salieron en tropel de su pequeña boca, pero calló al ver que su madre se doblaba sobre sí misma y se agarraba fuertemente al respaldo de una silla. Era otra contracción. 

Definitivamente mamá se moría y él no quería que se fuera sin decirle que la quería mucho. -"Te quiero, mami"- y se echó a llorar de nuevo.

Su papá llegó con las llaves del coche que por fin logró encontrar y se llevó a mamá del brazo.

Esa noche no logró dormir. Veía a mamá sufriendo en una cama de hospital y se sentía solo y desamparado. Se había llevado a casa de abuela Rosa a su osito Pepe y lo abrazaba muy fuerte. Hasta pasada la madrugada no le venció el sueño y cayó dormido profundamente.

Eran las diez cuando la abuela le despertó. Acababa de llegar del hospital y estaba muy alegre.

 "Lolo, Lolo, despierta, vamos a ir a ver a Miguel"

"¿Quién es Miguel?"- preguntó.

"Tu hermanito, que ya ha nacido".

El trayecto hasta el hospital lo hicieron en media hora, pues estaba cerca de la casa de los abuelos.

Al llegar a la habitación sintió un olor a leche que le extrañó. Era un olor distinto a lo que había percibido nunca. Su mamá estaba recostada sobre la almohada doblada, y aunque tenía cara de cansada sonreía. Lolo pensó que su madre sonreía también con los ojos. 

El bulto de su barriga había desaparecido.

Abrió sus brazos y lo llamó junto a ella. Él corrió a abrazarla, y al llegar a la cama vio una cunita nido muy pequeña. Dentro pudo ver una pequeña cabecita con el pelo negro a mechones. Dormía plácidamente. Lolo se acercó más y lo observó atentamente. 

"Es guapo, mami, aunque arrugadito" - comentó al fin.

Le cogió una manita y se sintió de pronto el hermano mayor.

"Creo que te quiero, enano- dijo- y creo que seremos buenos amigos".

                                                 

            31-10-1994

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