Hace mucho tiempo que no escribo, quizás no tenía tema del que hablar, o quizá mi muro en el facebook ocupaba el poco rato que tenía para desahogarme. Hoy me siento mal. Esta mañana he ido por tercera vez al inem, a volver a llevar papelajos para fotocopiar y mandar un expediente completo de mi vida a los encargados de decidir si me dan el subsidio por desempleo o no. Hace ya 17 meses que estoy en paro, con cuatro meses más por baja médica, o sea, 21 meses sin salir cada mañana a trabajar, lo que más deseo desde que me independicé de mis padres, que poco me dejaron hacer por aquello de que la mujer en casa, preparándose para el matrimonio.
Son 630 días sin tener que levantarme temprano para llevar a mi hija con los abuelos, encargándoles su cuidado y su asistencia al cole. 630 días que llevo compartiendo todas mis horas con ellos, con mis hijos, con la casa, con las compras, con las comidas, esperando con ansia la noche para ver a mi marido, que llega agotado de su trabajo después de tantas horas. Y yo daría lo que fuera por volver a ese estrés, por organizar mi vida familiar para que mi vida laboral tenga acomodo, por cobrar a fin de mes aunque fuese el miserable sueldo que he estado recogiendo durante tantos años de fidelidad y dedicación absoluta a mis jefes y sus empresas.
Hoy me han vuelto a dar un revés, uno de tantos a los que no acabo de acostumbrarme. El malnacido que fue en su día padre de mis hijos mayores, aunque nunca llegó a ejercer como tal, lleva años más desaparecido aún si cabe, y aún así, hay un convenio regulador de divorcio que me dice que no puedo pedir una ayuda a la que tengo derecho, un convenio que aunque incumplido, denunciado, sentenciado por lo civil y lo penal, sigue teniendo valor a la hora del cómputo de mis ingresos. Si no fuese por la poca gracia que tiene el asunto, diría que es una situación chistosa. Imagínense que otro se come un kilo de pasteles y a ustedes se les van las calorías a sus cartucheras, pues así me siento yo, engordada por algo que no he comido.
Llegas a la oficina de empleo, con tus originales en la carpeta, con toda tu vida y tus miserias expuestas a los ojos de un funcionario de turno, explicas lo inexplicable, aguantas tus ganas de llorar de impotencia, intentas hacer entrar en razón a alguien que a las tres de la tarde se irá a su casa con su familia, que comerá tranquilo porque nada le afectará fuera de su mesa de trabajo, fotocopias tus años de memoria olvidada que te obligan a rememorar día tras día, te dicen que porqué no hay más denuncias, que si no las has interpuesto quizás se deba a que ya estás contenta, que ya recibes como un clavo todos los meses lo que en su día, hace ya once años, dictó un señor juez y firmaron unos abogados de oficio, y casi explotas cuando escuchas otra vez la palabra denuncia, porque es algo que no te ha dado nada más que problemas, porque es algo de lo que tú nunca has sido demandante, porque un día, cuando los hijos eran menores y tú renunciaste por principios y por orgullo a que nadie te pagase tus viandas hubo alguien que dijo no, hubo un abogado y una fiscalía que velaba por el derecho de tus hijos menores ante la ley, y tú debiste claudicar, y todo siguió su rumbo, un camino del que aún no he podido apartarme. Por pedir en su nombre los derechos que les correspondían, nos condenaron a la denegación de becas, al no de la ayuda familiar por bajos ingresos, a no poder solicitar como ahora un subsidio por hijos a cargo, todo ésto es el chollo que tenemos mis hijos y yo. ¿No ha sido suficiente lo que hemos pasado? ¿No hace años que son huérfanos de padre aunque el susodicho aún siga vivo ?. No, no es suficiente.
El señor éste, por definirlo de alguna manera, estará en su casita, con su trabajo fijo bien remunerado, con su nueva mujer que no le podrá dar nunca hijos (gracias a Dios, mejor para los nonatos, porque él renunció a ese privilegio nada más nacer los únicos que podrá tener), no recordará nada, no sufrirá nada. Los invertebrados actúan de ese modo.
Y mientras, otros funcionarios se limitarán a leer el convenio regulador, pasarán por alto todo lo demás enviado y me pondrán junto con mi expediente en el montón de los no elegidos, porque los papeles son así, porque no hay sentimientos en ellos, porque solo hablan de números, de artículos, de leyes, y es muy complicado de entender para los que no tienen ganas de leer.
Así que aquí estoy de nuevo, sentada ante este teclado al que no tenía nada que contar, con más rabia que ganas, con mucha pena en el alma, con este dolor que me provocan las injusticias y que no lo cura nada, con esta sensación de inutilidad que hacía tiempo que no sentía, con este sentimiento de no valer para nada, con lo que en suma consigue hacer sentir una situación de desempleo, algo que por desgracia sienten al mismo tiempo que yo tantos millones de españoles.
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