"Canguro" con capucha en gris marengo, vaqueros lavados, melena larga y mocasines. La niña de la casa chica tenía ya doce años. Era una mujer, en el sentido biológico de la palabra, desde hacía más de un año, y en ese tiempo había cambiado su aspecto. Las trenzas, a las que tanto acabó odiando, habían sido desterradas por fin al cajón de la infancia perdida, donde también quedó su flequillo, aquel que desafiaba continuamente la ley de la gravedad empeñándose en alzarse, como fuente de agua, para caer después en cascada.....¡ Remolino traidor!....... Era domingo, y fiesta. Los autos de choque, o coches eléctricos, como los llamamos por aquí, se habían instalado en el Atrio de la Parroquia de San Pedro Apóstol. Los bancos de frío hierro que rodeaban la pista estaban llenos de ruidosa chiquillería, cuyas risas eran ahogadas por el continuo sonido de la sirena de la atracción y la música que salía de la cabina. Raquel, Dolores, Isabel y ella se sentaron en uno de los banco...
Un lugar donde escapar, un sitio donde encontrarme.