"Canguro" con capucha en gris marengo, vaqueros lavados, melena larga y mocasines. La niña de la casa chica tenía ya doce años. Era una mujer, en el sentido biológico de la palabra, desde hacía más de un año, y en ese tiempo había cambiado su aspecto. Las trenzas, a las que tanto acabó odiando, habían sido desterradas por fin al cajón de la infancia perdida, donde también quedó su flequillo, aquel que desafiaba continuamente la ley de la gravedad empeñándose en alzarse, como fuente de agua, para caer después en cascada.....¡ Remolino traidor!.......
Era domingo, y fiesta. Los autos de choque, o coches eléctricos, como los llamamos por aquí, se habían instalado en el Atrio de la Parroquia de San Pedro Apóstol.
Los bancos de frío hierro que rodeaban la pista estaban llenos de ruidosa chiquillería, cuyas risas eran ahogadas por el continuo sonido de la sirena de la atracción y la música que salía de la cabina.
Raquel, Dolores, Isabel y ella se sentaron en uno de los bancos que acababa de quedar vacío.
Hacía frío esa noche, y la niña no sacaba las manos de su "marsupio" gris, los dedos helados como siempre que el invierno llegaba.
Un chico, mayor que ellas, con aspecto de autosuficiente y ligón de ferias, conducía, sentado en el respaldo del asiento, uno de los coches.
Giraba el volante con maestría, paseándose por la pista y esquivando con soltura a los que pretendían golpearle.
Dio varias pasadas frente a las cuatro amigas, luciéndose, gustándose, con aquella melenita bien cuidada y su ropa de niño pijo.
Cada vez que pasaba frente al banco, miraba hacia ellas, sin atreverse a decir nada pero dejando entrever que tenía ganas de hacerlo.
A la tercera vuelta, como los halcones cuando divisan la presa desde el aire, giró bruscamente el volante de su auto y quedó frente a la niña, con el consiguiente azoramiento de todas, un poco asustadas por esa inesperada reacción del muchacho.
- "¿Quieres montarte?"- Le preguntó a ella.
-"No, gracias, no tengo ganas"- Contestó con una seguridad impropia para su edad.
-"¡Eh!....¿Sabéis quién es?...." - Vino diciendo otra niña que estaba sentada cerca al ver alejarse un tanto frustrado al muchacho....
-".....Es el hijo de Pinito del Oro, la artista del circo, la trapecista......Es de Madrid, está en el pueblo de vacaciones con la familia de aquí, y es ¡EL DUEÑO de los coches eléctricos!........
¿Qué te ha dicho, que si te montabas con él?...."
- "Sí "-respondió la niña grande de la casa chica
-"¿Y cómo le has dicho que no a El, con lo guapo que es?...."
La niña se encogió de hombros, satisfecha de haber rechazado a tan "ilustre" visitante, y sobre todo, halagada, muy halagada, por sentir por primera vez que le gustaba a los chicos.
Algo más que unas trenzas habían desaparecido del aspecto de la niña, y una pequeña mujer pugnaba por salir, enfundada en una sudadera gris, unos vaqueros lavados y una sonrisa de satisfacción personal.
Esa tarde-noche, cuando llegó a su casita, se guardó muy mucho de contarle a su madre lo ocurrido en la pista de coches, no quería que pensase que ella había provocado algo....Al fin y al cabo, era un incidente sin importancia y ella no había hecho nada malo, así que, mejor callarse y saborear el regustillo a autoestima que estaba endulzando su recién estrenada pubertad.
Nunca llegó a saber si aquel chico era quien todos decían que era, pero no le importó en absoluto. Se habían fijado en ella. Dejaba de ser invisible al fin.
Esa noche durmió con el sonido de la música y el estruendo de la sirena de aquella pista de coches eléctricos, la pista que la hizo verse como una jovencita, la mujercita de la casa chica.
Y soñó en colores.
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