Aquel tren no los llevaba a ninguna parte. En el andén, cabizbajos, evitando mirarse por miedo al adiós que se aproximaba, los dos evitaron cualquier palabra que enturbiara el aire, ningún sonido que evitase oír aquel expreso que se aproximaba y que a ellos iba a distanciarlos quizás para siempre.
No quería, no podía desprenderse de él de aquella manera, pero sabía en el fondo de su alma que era la única solución que les quedaba.
La relación se había vuelto asfixiante, nociva. El amor que se tenían uno al otro estaba matándoles. ¡Qué incongruente era todo!.
El tomó una de sus maletas y la alzó del suelo, sopesando lo que podría llevar allí dentro. Ella pensó que parecía tener mucha prisa de que marchase.....Comunicación, eso es lo que siempre les había faltado.
Nunca tuvieron necesidad de expresar con palabras lo que sentían, nunca necesitaron decir al otro nada, porque nada había que decir que no supieran tan solo con mirarse a los ojos....
Ahora estaban allí, en aquel andén, sintiendo bajo sus pies la vibración del tren que se acercaba, aquel que iba a hacer que dos almas, dos cuerpos que siempre estuvieron predestinados a vivir juntos, se separasen sin remedio. ¿Habría alguna solución?.
El bajó la maleta, le pesaban demasiado los recuerdos que viajaban en su interior, tantos sueños rotos, tantas noches de pasión, muchos días de enfados.... Cogió la barbilla entre sus manos y la hizo mirarle de frente, a los ojos, suplicando alguna respuesta, algo que le hiciese comprender el porqué estaban allí en ese momento. Ella le miró, obligada por aquella mano que tantas caricias le había dado, y sus ojos, al encontrarse con los de él, se humedecieron.
No tengo respuestas, amor mío, le dijo con la mirada...... Y él la entendió.
Habían vivido años tan intensos que no se habían dado un respiro. El espacio que compartían era uno, solo uno, sin lugar para individualidades, sin sitio para la intimidad y la reflexión propia, sin tiempo para pensar en que ese mismo tiempo pasaba.
Llegó un momento en que ninguno de los dos sabía si tenía identidad propia o era la que le proporcionaba el otro, y de golpe, un día, todo estalló cual globo demasiado hinchado de aire.
Necesitaban separarse, debían mirar desde lejos su relación, ampliar el círculo en el que habían estado viviendo y poder aspirar otro aire que no fuese el que respiraba su pareja.
Ya está aquí el tren- oyó que alguien decía a su lado- y se abrazó a él con todas sus fuerzas.
Lloraron en silencio, sin atreverse a decir nada, sin querer pronunciar la maldita palabra que no querían oir.
El largo beso selló sus labios, saboreando hasta el último segundo el uno del otro. La megafonía de la estación anunciaba la llegada de aquella máquina que a ella la llevaría a casa, al lugar donde nació, al sitio donde hacía años decidió abandonar para emprender una nueva vida lejos de todo y de todos. Ahora volvería, después de tanto tiempo, para recuperarse, ordenar sus ideas y verlo todo desde otro prisma distinto. Volvería al pueblo, aquel que ahora se le hacía como un retiro espiritual, aquel del que marchó con ansias de aventura, con ganas de ver y vivir, y que ahora, con la madurez, le parecía la mejor opción para curarse el alma.
Sus padres la esperaban, encantados de volver a ver a su niña, afanados en preparar de nuevo aquella habitación con vistas al campo donde ella pasaba largas horas mirando por la ventana. Sabían que llegó a encontrar su sueño, que había vivido y experimentado, que se había hecho mayor, pero para ellos siempre sería su niña, aquella que soñaba en colores, aquella que se negaba a echar raíces en ninguna parte porque decía que la naturaleza le había dado piernas para andar y correr, no para anclarse con ellas a ningún suelo.
¡Qué lejanos le parecían ahora esos campos y qué ganas tenía de volver a sentarse bajo aquella ventana!.
Ahora anunciaban la inminente partida del tren y su mente volvió de golpe al instante que estaba viviendo. Se separaron, cogieron entre los dos sus maletas y se encaminaron al vagón que les esperaba con las puertas abiertas.
Él bajó, después de ayudarla con el equipaje, y desde allí abajo, desde el andén, sintiéndose por primera en su vida un ser pequeño, alzó la mirada, buscando la suya, y al encontrarla escuchó, en el fondo de aquellos humedecidos ojos verdes, un "hasta luego" que le hizo saltar el corazón.
No todo había acabado... Aquel tren volvería, y con él regresaría ella, su otra parte, su vida, la mujer que más quería, la que solo necesitaba mirarle a los ojos para saber que nunca podrían dejar de amarse.
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