Hacía una hora que se habían marchado todos. La cena estuvo bien. Las uvas las comieron mirando la pantalla del televisor. Después llegaron los besos, el brindis con el cava y algo de oro dentro de la copa, los buenos deseos para el nuevo año......
En el suelo aún quedaban restos de las serpentinas que habían lanzado sus nietos. El corcho de la botella se veía bajo el sillón después de su accidentado aterrizaje.
En la pantalla, único centro de su atención ahora, un grupo musical cantaba mientras los bailarines acompañaban con sus movimientos.
Ella no escuchaba.
Ahora podía sentir el silencio que había quedado en el salón cuando sus hijos se marcharon.
Ahora podía sentir el silencio que había quedado en el salón cuando sus hijos se marcharon.
A su lado, en la mesita donde reposaba el último libro adquirido, los ojos de aquel hombre la sonreían desde la foto.
Otro año más soportando aquella misma rutina. Otra Nochevieja más haciendo el papel de madre y abuela deseosa de compañía. Otra vez cansada de cocinar desde bien temprano. Por enésima vez asqueada por aquellos repelentes nietos malcriados que no sabían comer mas que hamburguesas y pizzas y que preguntaban siempre, siempre, siempre, qué era aquello que había cocinado la abuela... ¡Si no sabían siquiera que los pollos que veían en el súper antes habían tenido pico, cresta y plumas!.
Una sonrisa irónica apareció en su cara de repente al recordar la pregunta de su nieta Julita, de seis añitos... ¿Qué le has pedido a los Reyes, abuelita?- Le había dicho la pequeña intentando controlar el silbido que producía su voz al pasar por la mella que habían dejado los desaparecidos dientes de leche-
¿Qué le he pedido?....
¡Paz, tranquilidad, soledad, vivir feliz mis últimos días!!!!!
En vez de eso le había dicho al oído que quería un viaje en barco por el Mediterráneo, pero que seguramente Sus Majestades, al verla tan viejina ya, preferirían traerle una bufanda o unos guantes, como el año pasado y el otro anterior.
Los nietos dormían ya en las habitaciones que ella les tenía en casa.
Julita abrazaba su peluche, con los pies fuera de las mantas y las gafitas sobre la mesilla de noche. En la cama de al lado hablaba en sueños su hermana Laura, de ocho años, con la almohada atravesada y su muñeco de tela en el suelo harto ya de tantas vueltas.
En el otro cuarto estaban los mayores, Luís y Angel, de diez y catorce años, bocabajo uno y el otro sobre su espalda para no estropearse mucho la cresta engominada hecha para la ocasión. Angel, que era un bicho según su madre y que no sabía en qué pensaba según su padre.
¿En qué va a pensar?- le decía la abuela- Pues en chicas, que es en lo único que pensabas tú a su edad, Alfonso....
Sus hijos se habían ido de fiesta con los amigos. Mañana vendremos a por ellos, le habían dicho.
No os preocupéis- les había contestado- a mí no me molestan.
Otra vez como el año anterior. Otra vez de niñera como tantas otras veces.
Ella solo quería sentarse en su sillón favorito, abrir un libro por donde lo había dejado y sumergirse en su lectura.
Solo deseaba arreglarse, poner un poco de carmín en los labios e ir al teatro con sus amigas. Disfrutaba paseando por el parque, oliendo las flores y la hierba de los setos recién cortados.
Era un placer sentarse en una terraza, con el sol del mediodía en otoño y tomarse un descafeinado con poca leche mientras leía el periódico.
Al calor de la chimenea, en aquella cafetería tan acogedora, había pasado los mejores momentos del invierno riendo hasta las lágrimas escuchando las locuras de sus viejas amigas.
Pero sus hijos no pensaban que ella tuviese vida tras aquellas cuatro paredes.
Allí estaba, mirando hipnotizada el televisor sin prestar atención a lo que emitían.
-Pero al año que viene no. No, no y no.
El año próximo me saco un billete y vuelo a las islas.
Si no vienen mis amigas me voy yo sola, qué narices.
Empezaron a pesarle los párpados.
Las tres de la mañana. Llevaba divagando dos horas. Dos largas horas desaprovechadas. O tal vez no.
Al menos, estaba decidida a cambiar su rol a partir de entonces, que ya era algo. Hablaría con sus hijos. Pero no ahora. Es pronto.
Apagó el televisor y la calefacción. Recogió el tapón del cava y lo depositó sobre la mesa.
Dirigió sus pasos hacia el baño y echó una ojeada a los niños.
Entró los pies de Julita bajo la ropa, recogió el muñeco de Laura y besó en la frente a Luís y a Angel. Este, al sentir unos labios sobre él, sonrió, quizás soñando con alguna que otra quinceañera boca.
Adela salió del baño y fue a su cuarto. Se desvistió, cogió su pijama bajo la almohada y se lo puso.
Ya bajo la ropa de cama, encendió solo la lamparita de su mesilla y colocó la almohada bajo su espalda. Abrió su libro de cabecera y se dispuso a leer.
Mañana - se dijo- será otro día.
Y se sumergió en otros mundos.
Es muy bonito cariño. Cuando se lee tus historias además de leer, te hacer ver, oir y sentir. Da un paso más y escribe algo más largo....... un beso.
ResponderEliminarGracias,cariño. Con tu ayuda todo es posible.
EliminarIncido en lo que te ha dicho Jóse , da un paso mas, haznos vivir y sentir esas narraciones que nos emocionan .
EliminarMe ha encantado .besos .