Como vida de mariposa, ella esperaba que el sol se ocultara tras el ocaso.
No había estado tan mal aquel vuelo por su existencia.
Más de una vez el viento la había llevado a parajes donde jamás hubiese ido estando la brisa en calma. Otras muchas se había dejado mecer, llevar, descubriendo en esos placenteros días todo lo bello que la rodeaba.
Hoy sentía sus alas heridas de muerte.
Sus horas de vuelo habían llegado a su fin.
Pero no estaba triste.
En el transcurso de sus años había compartido el aire con algunas moscas, unos moscones, trabajadoras y organizadas abejas y varias avispas traicioneras. Aun así, siempre tuvo su sitio bajo el sol. Siempre hubo flores para ella. Siempre supo sortear los obstáculos que algunos le ponían en su espacio aéreo.
Ahora no podía volar. En cambio, desde aquel asiento junto a la ventana, pudo contemplar aquellas flores que tanto cuidó y que ahora le agradecían sus mimos obsequiándola con unos increíbles colores. La vida se ve de otra manera cuando estás a punto de abandonarla.
El viento la saludaba tras los cristales, golpeando las ramas de aquel cerezo que sembró su padre hacía ya una eternidad. Era su forma de decirle adiós.
Tras ella sintió el trino de su canario. La jaula, grande, ahora se le antojaba minúscula. No querría haber sido nunca pájaro enjaulado. Por eso decidió ser mariposa.
Abandonó el cálido y confortable sillón desde donde había contemplado el mundo durante aquellos últimos meses y dirigió sus cansados pasos hacia esa jaula que colgaba tras ella. Abrió su pequeña puerta y dejó que aquel pájaro, inquieto al verse libre, escapase de su encierro. La gran ventana del salón, ahora abierta de par en par, fue traspasada por primera vez por algo que no fuese una mirada o un suspiro de ella.
Volvió a su asiento y desde allí contempló a aquel bello animal, posado sobre una rama del cerezo, que trinaba feliz al verse libre de barrotes. Desde allí, antes de emprender su vuelo, echó una última ojeada a aquella ventana y la vio. Sonreía desde el sillón, con los ojos cerrados.
Y en aquel instante,un alma libre se unió, como vuelo de mariposa, al aleteo de unas plumas amarillas.
Volaron libres hacia el sol, que se ocultaba tras aquel cerezo.
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