El bosque entero susurraba cuando el viento, algo gélido, rozaba sus hojas. Éstas, amarillas de cansancio, viejas en edad, caían con cada caricia, alfombrando el suelo yermo del otoño.
Bajo las copas de los árboles, muchos en proceso de desnudez, brotaban setas marrones. Las semillas caían, separadas hacía tiempo de las flores que las cubrieron. El mullido lecho que las recibía , blando por las primeras lluvias, deseoso, engullía en sus entrañas aquellos proyectos de verdes vidas.
Las nueces, las castañas, las almendras, engordaban dentro de aquellas cápsulas, espinosas las castañas, protectoras y duras como piedras las nueces y las almendras.
El bosque se transformaba como ser vivo que era.
Los paseos entre sus árboles le resultaban revitalizantes. Lo que pudiera parecer decadencia, era en cambio reinicio, conversión, renovación de la existencia.
Las hojas de los caducos se acumulaban en el suelo, formando un mantillo fertilizante. En la herida surgida tras el desgarro de éstas ya se estaba gestando otra yema. El "embarazo" culminaría con la eclosión verde de nuevos brotes al llegar la primavera.
Así era el ciclo de la vida.
Ella llenaba sus pulmones de aquel aire virgen. Los olores del musgo, de la humedad de la tierra, de las hojas secas, la renovaban por dentro como si de su propio otoño se tratase. Las personas eran igual que aquel bosque, pensaba. La primavera se iniciaba con aquel llanto alentador del recién nacido al abrir sus pulmones al nuevo elemento en que le tocaría desenvolverse el resto de sus días; el verano lo viviría en sus años de adolescencia, aquellos que tanto le costarían, ésos que le formarían su carácter, que posibilitaría sus futuros frutos, su realización como ser humano. La etapa adulta sería aquel otoño por donde ella paseaba, lleno de ocres, de semillas endurecidas, de frutos rojos y espinosos, de recolección. Todo lo que hubiera sembrado durante sus anteriores años era el momento de recogerlo. Él mismo ya estaría germinando una nueva "yema", un legado que llevaría sus genes y toda su carga emocional y física. Al final de sus años viviría el invierno, con el frío en los huesos y calor en el corazón al mirar a su alrededor y ver todo lo que había conseguido en sus muchas estaciones vividas.
Y empezaría otro ciclo, otra estación, otras vidas, otras sensaciones, otras muertes, otros renaceres. Igual que ese bosque en el que ella se adentró y que la transporta en el tiempo.
Siente su pelo húmedo y el rostro frío. Sus pies están cansados, pero los pulmones están llenos de aquel aire tan limpio, tan puro, que no siente dolor alguno.
Ha recorrido senderos llenos de líquenes, de helechos, caminos salpicados aquí y allá por hongos que le recuerdan al maravilloso mundo de hadas y duendes en los que creía de pequeña.
Muchas estaciones han pasado por su vida, y dejó de creer en ellos algunos otoños atrás. Aun así sonríe al pasar cerca de una amanitas que está a punto de pisar. -No, querido duende, tranquilo, he visto que era tu casa, no voy a destruirla con mis botas de montañera-.
Y sigue su camino buscando el proceder de aquel sonido que la atrae desde hace un tiempo. Un arroyo aparece tras los árboles. Sus aguas limpias llevan en su regazo multitud de hojas vencidas por el viento. Se agacha sobre las piedras e introduce su mano en él. Ella lo imagina como una arteria de aquel hermoso cuerpo que es la naturaleza. La "sangre" que hace que todo exista, el alimento de vida para todas aquellas especies que se alían para vivir. Y entonces se da cuenta de lo insignificante que es ante tanta belleza.
Ha llegado a su otoño, a su propia recolección de acciones, de recuerdos, y se siente parte de un todo. Allí, en aquel bosque, sola ante tanta grandiosidad, rememora su vida y reconoce que sus estaciones vividas han sido bastante fructíferas pese a todo. Y al pensar en sus hijos, en su familia, en sus amigos, en sus logros, sonríe. Sabe que aún le queda el invierno, y que seguramente será duro, pero tiene la certeza de que nunca le faltará el fuego de un hogar confortable ni las risas de sus nietos calentándole el corazón.
Es momento de regresar a casa. Anochece y la esperan.
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