Hacía calor a pesar de estar a finales de octubre.
Un mensaje nos alertó a todos. Tenías prisa por nacer y lo ibas a hacer veinte días antes.
Allí estábamos tus abuelos, tu padre, tus tíos, por supuesto tu madre, y yo, tu abuela paterna.
La emoción y el miedo asomaron a la cara de tus padres cuando les dijeron que ibas a nacer por cesárea. Era tanta la gana que tenías por ver el mundo exterior que empujabas y empujabas sin que tu madre estuviese preparada para alumbrarte.
Así que así naciste, mi niño, entre las lágrimas de tus padres y el miedo disimulado de tus abuelos.
No podías ser más guapo. Allí acurrucado, en aquella cunita de hospital, llamaban poderosamente la atención tus pestañas y tus ojos grandes, curiosos, que se fueron posando en nosotros mientras rodeábamos la cuna para conocerte.
Tu madre estaba preciosa, mi niño, a pesar de sus ojos llorosos y sus ganas de abrazos para mitigar un poco el miedo sentido. No dejaba de preguntarnos tras el cristal si te habíamos visto, y levantaba la cabeza porque te escuchaba y sabía que estabas cerca. No olvidaré nunca su sonrisa cuando al fin te pusieron en su regazo. Es la imagen más bonita que un ser humano puede contemplar. No hay nada más hermoso que el abrazo de una madre a su hijo recién nacido.
Y ya casi tienes ocho meses de vida. Es como si siempre hubieses existido. Nuestra familia ha aumentado su número, ahora somos ocho, y sin embargo no recuerdo que hayamos sido siete hasta no hace tanto.
Has llenado nuestras vidas, las has trastocado como has hecho con el sueño de tus padres, y te has proclamado rey.
Ahora llenas el mundo con tu sonrisa, siempre dispuesta para todos. Tus ojos curiosos se abren del todo cuando levantas las cejas, descubriendo, almacenando imágenes, fotografiando momentos.
Dicen que no tenemos recuerdos de esa etapa tan temprana de nuestra vida, aunque para eso creó Dios a los padres y a los abuelos, que recordarán por siempre estos primeros pasos en tu tarea de ser persona.
Te hablaremos de cómo reías, cómo agarrabas las cosas y las tirabas porque te divertía el sonido que hacían al caer. Te contaremos que con sólo seis meses posaste para el fotógrafo como todo un profesional. Sabrás por nosotros que no querías permanecer en brazos mientras quien te cogía estaba sentado, y levantando la cabeza echándola hacia atrás pedías amablemente que se levantase para que tú pudieses tener una perspectiva del mundo como nosotros, los adultos, lo veíamos.
Y también te diremos que te quisimos desde la prueba de embarazo que se hizo tu madre. Te contaremos que mientras su vientre iba abultándose, también aumentaban las ganas de verte la carita.
Eres nuestro niño, nuestro nieto, y la cosina más bonita que la providencia nos podía regalar.
Mi niño chico, mi nietecino precioso, ojalá la vida te regale cosas buenas. Ojalá tu camino se presente libre de obstáculos y si alguno se te interpone puedas sobrepasarlo sin problemas.
Espero que tu corazón sea grande, tienes a mucha gente para llenarlo. Ojalá recibas también mucho amor a cambio.
Acabas de empezar esta carrera de fondo que es la vida, así que entrénate bien. Hazte fuerte, pero no seas duro ni inflexible. Vive libre y respeta la libertad de los demás. Ofrece lo mejor de ti siempre y contribuye con tu existencia a que el mundo sea un mejor lugar para vivir.
Y por encima de todo, mi chiquinino, sé muy feliz. Nosotros lo somos más desde aquel caluroso veinticuatro de octubre en que te conocimos.
Bienvenido, Thiago. Ya ocupas un lugar en nuestros corazones. Te queremos.
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