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NEGRO SOBRE BLANCO. CONFIDENCIAS DE LA NIÑA DE LA CASA CHICA.

Había veces en que no le apetecía hablar con nadie. Solamente deseaba llegar a casa, quitarse la mascarilla y sentarse al teclado para descargar su malestar en esa terapia que para ella era la escritura. El sol calentaba menos, estábamos a mediados de octubre y el otoño pugnaba contra aquel verano tan largo que a ella tanto le alegraba. Pese a haber nacido en este mes, no le gustaba el frío. Ese aire matutino ya le iba calando los huesos, erizándole el vello, enfriando sus manos. Aún seguía saliendo a la calle para aprovechar esos rayos de sol que le daban la vida, que le calentaban el alma dolida por este maldito año que tardaba tanto en marcharse. Sus esperanzas, como las del resto del planeta, estaban puestas en el 2021, año en el que todos esperaban que acabase esta maldita pandemia. Deseaba, como millones de personas en el mundo, poder volver a abrazar sin obstáculos por medio. Deseaba poder sonreír y que el destinatario de esa sonrisa pudiera contemplarla. Quería poder respirar aire puro sin el muro de una mascarilla. Poder pasear sin que nadie la mirase para ver si la llevaba puesta correctamente. Quería, en suma, disfrutar de su libertad como ser humano. Estaba enfadada con el mundo, con el destino, con el azar o con Dios, que estaba permitiendo tantas muertes y desgracias. Ponía las noticias y su malhumor aumentaba al escuchar las sandeces, mentiras, triquiñuelas, mala educación y odio que salían de boca de esos políticos que llenaban el Parlamento. Sentía tristeza por las divisiones, las rencillas que provocaban entre nosotros, sus votantes, mientras ellos seguían con sus panzas llenas y ni un ápice de humanidad ¡Qué tentador es un sillón y cuán difícil es que se desprendan de él una vez acomodados! La política le asqueaba. Veía desmoronarse todo su mundo de confort, desnivelarse la balanza, y ella odiaba el desorden y la asimetría. Quería dormir para ver si, al despertar, resultaba que todo había sido un mal sueño. ¡Dios, cuánto daría porque hubiera sido solo éso! Ella ha perdido muchas cosas este año, como muchísimos millones de personas, no se cree tan especial como para ser la única, pero sí que su dolor es único, solo suyo, y no mitiga su sufrimiento el pensar que no está sola en el número de pérdidas. No solo perdió a un hermano, sino la posibilidad de futuras risas, de futuros encuentros, de agrandar los recuerdos y las vivencias para saborearlas en el futuro. No solamente perdió a amigos, sino que dejó de compartir confidencias, risas y encuentros al amor de una mesa compartida. Este año estaba siendo muy duro por estas y otras muchas cosas, y aunque ella estaba curtida en el dolor del abandono, aunque había sufrido ya muchas situaciones que nadie debería vivir, lo que estaba viviendo la sobrepasaba. Sus crisis de ansiedad no acabaron con el confinamiento. Aún ahora le costaba mucho conciliar el sueño, pues los fantasmas que la perseguían de día no la dejaban abrazar la noche y con ella conseguir el descanso. Y ella quería descansar. Echaba de menos demasiado. Ella, tan optimista siempre, sentía ahora un nudo en la boca del estómago que le provocaba mareos. Miedo, por primera vez en su vida sentía miedo. Siempre pensó que su buena fortuna, su felicidad plena, no podía durar mucho. Algo o alguien vendría para desbaratar todo lo que la vida le había concedido al fin. Y estaba viendo cómo sus malos augurios se hacían realidad. Era tal su confusión, que los nubarrones no le permitían ver el sol tras ellos. Le costaba disfrutar de todo lo pequeño que antes la llenaba inmensamente. No podía expresar sus sentimientos, ella que siempre tuvo palabras para cada emoción, era incapaz de hacer ver a los demás cómo se sentía. Tenía nuevos amigos, algún otro recuperado de tiempos atrás, y disfrutaba con ellos, empezaba a volver a confiar en la amistad que aquellos otros le negaron, y aun así seguía sintiendo un vacío inmenso en su corazón. El dolor había avanzado como cáncer en metástasis y formaba un muro casi infranqueable para los buenos momentos. Ella pensaba que el virus no la había atacado en la salud, pero que sí lo había hecho en su alma. Todo lo vivido durante este año la había convertido en una persona más fría, más introvertida, más dañada. Y le dolía de forma tangible, con un dolor físico que a veces se le hacía insoportable. No sabe cómo ni cuándo acabará esta situación, y si logrará vencer sus miedos y sus angustias, pero de lo que sí está segura es de que tras la noche siempre, siempre, llega un nuevo día, y que nada es eterno, ni siquiera el tiempo. Por todo esto ella llega a casa, descarga los bultos, se quita sus zapatos, se prepara un café y se sienta ante el ordenador para escribir sus sentimientos. Al menos, el virus no conseguirá que pierda su libertad de expresión y sus deseos de "vomitar", en unas frases, todo ese dolor que lleva dentro. Ahí, con sus manos sobre el teclado, recuerda todo lo bueno vivido y desecha lo malo. El negro de las palabras sobre un fondo blanco se le antoja el pañuelo donde enjugar lo oscuro y malo que nos toca vivir en este mundo. Y ahí se queda, entre palabras y signos de puntuación, para terapia de quien las suelta. Mediados de octubre, el frío matutino la avisa de que el invierno está más próximo, y de que, pasado éste, quizás pueda disfrutar de futuras primaveras como si de unas tiritas para las heridas se tratase. Y al fin, siente un atisbo de esperanza, como la de ese rayo de sol que pugna siempre por abrirse paso entre los negros nubarrones de una tormenta. Guarda su escrito, apaga el ordenador y sale a su balcón a sonreírle al sol, ahora ya sin mascarilla.

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