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LA GRAN BATALLA



Se vislumbra la luz al final de este negro túnel que empezamos a cruzar hace un año, cuando no sabíamos que el recorrido iba a ser tan sumamente largo y sombrío. La luz clara de la primavera anuncia esperanzada que ya estamos más cerca del final, aunque hayamos perdido tanto por el camino. Tenemos ganas de calle, ganas de compartir terrazas con amigos para ahogar la pena que se ha pegado a nuestra piel como si fuera tela de licra. Ha sido un año muy duro. Nos hemos acostumbrado a palabras antes impensables para la sociedad del bienestar que habíamos creado. La gran mayoría de nosotros no ha vivido ninguna guerra y sin embargo hablamos de toques de queda, de confinamientos, de colas del hambre, de muertos en camas extrañas que han sido las "trincheras" de antaño. Hemos peleado como jabatos ante un enemigo que no tiene rostro ni bandera, que lucha como luchamos nosotros por sobrevivir, simplemente por eso. Es, porque aún sigue ahí agazapado, un enemigo que no ha distinguido entre naciones ni razas, entre credos e ideologías, que ha igualado a todos en una sola especie como si de un ataque alienígena se tratase. Está haciendo que aflore, como en todas las guerras, lo mejor y lo peor del ser humano. El altruismo y la empatía del pueblo llano se ha contrapuesto al poder del dinero de los mercaderes farmacéuticos, de las grandes multinacionales que venden su producto al mejor postor sin tener en cuenta que la muerte nos acecha a todos, incluidos ellos mismos. Políticos, miembros de la Iglesia y otros tantos listos se han saltado protocolos por aquello de "tonto el último" o "sálvese quien pueda". La ruina económica nos hará salir de este sopor en el que aún estamos sumergidos, pendientes únicamente de cifras de contagios o incidencias acumuladas, números ya comunes en nuestro día a día. Cuando todo termine tendremos que apretarnos el cinturón para no hundirnos en la miseria que trae consigo cualquier guerra, cualquier crisis, como todas por las que la humanidad ha pasado a lo largo de la historia. Aun así tengo esperanza. Hemos sobrevivido, que es lo importante. Lo demás, con coraje y tesón, se irá solucionando. No hay mal que cien años dure, y somos unos supervivientes. Este virus no puede acabar con miles de años de evolución humana. Y tenemos armas contra él.


 Ahora estoy aquí, escribiendo estas líneas en un día primaveral. Solo tengo que asomarme al balcón para que el verde de las plantas, el color de las flores y el precioso azul del cielo me haga sentir una dicha infinita. Veo pasar familias paseando o montando en bicicleta disfrutando de la agradable temperatura. Aunque todos llevan mascarilla disfrutan del aire limpio y del calorcito de esta incipiente primavera. Todo es distinto al año pasado por estas fechas y se nota en el ambiente. No queremos volver atrás y tomamos precauciones, porque sabemos que en un segundo, lo que dura un chasquido de los dedos, todo podría cambiar. La vida es tan impredecible como la muerte. 

Aprovechemos cada minuto que se nos regale. Salgamos a la calle y sonriamos con los ojos, que ya tenemos práctica. Ayudemos, hagamos que el karma nos devuelva lo ofrecido. Tengamos empatía, no seamos egoístas y miremos por nuestra familia, que es lo único verdadero que tenemos. Un grano de arroz no vale nada, pero muchos se pueden convertir en una apetitosa paella. Por favor, vivid, disfrutad, amad, que la vida son tres días y vamos por el segundo. Ya muchos sabemos por desgracia lo que es perder a alguien cuando no era su momento. Pensemos que ese momento puede llegar cuando menos lo esperamos, así que llenemos el mundo de cosas buenas para que cuando lo abandonemos hayamos dejado una huella imperecedera. 

Y ahora, salgamos a la calle a disfrutar de la vida. Eso sí, con precaución, que aún estamos en guerra y el enemigo es traicionero.


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