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CARTA DE UNA MADRE

 Dame tus lágrimas. Haz mío ese nudo en el estómago que te oprime el aliento. Déjame cargar, cual cruz, con tu dolor. Entrégame tu insomnio, para que tú duermas. Deja libre tu alma de ese sufrimiento y deja que la mía la absorba. Soy la esponja que puede con todo. Borra de tus ojos ese miedo y yo lo incorporaré a mis pupilas, que ya oscurecidas  no notarán siquiera un tono más de negro. No quiero que me sufras, no soporto  esa pena en ti.

La vida me ha regalado tanta dicha que bien puedo aceptar un poco de infelicidad. Sería feliz si te descargas de tu amargura y la viertes en mi corazón, tan lleno y tan inmune que no le hará el daño que a ti te hace.

Quiero que mires la vida con tu mirada limpia. Quiero que sonrías de nuevo. Deseo con toda mi alma que no te deje marca el dolor que ahora sientes. Quiero que mi voz te guíe como hace años, cuando te vi por primera vez. Deseo que sientas al menos la mitad de la felicidad que yo sentí cuando me miraste a los ojos. Ya me conocías, sentías mi olor y el latido de mi corazón, nunca  fue una cita a ciegas.

Quiero volver a guiarte, volverte a envolver con mi abrazo para que no te sientas solo. Mi amor por ti no tiene fisuras, no es condicional, no espera respuesta. Te quiero y eso debería bastarte para saber que siempre me tendrás a tu lado, o detrás de ti para guardarte la espalda, o delante para que no tropieces. No me importará caer si así te libro del obstáculo.

Eres grande. Tu corazón es grande. Nunca pienses que has fracasado, a veces la vida es ingrata cuanto más nos entregamos.

Abrázame fuerte, hijo. Mi corazón, si quieres, latirá por los dos; sólo tienes que pedírmelo. 

Siempre tuya: Tu madre.




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