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AQUELLA NOCHE DE FEBRERO.

Lloraron al mundo, a la noche, a esa oscuridad cerrada cubierta de lluvia. Lloraron. Recuerdos volvían a sus memorias con cada relámpago en el negro cielo. Rieron, sí, rieron también, añorando aquellos tiempos de travesuras, comentando diablurías, como ella les llamaba. Callaron, también callaron, cuando el trueno retumbaba en aquella triste estancia. Mala noche aquella. 
Estaban todos, otra vez todos juntos, como antaño, como en aquellas comidas de domingo, como en aquellas Nochebuenas, juntos, aunque sin aquella alegría de entonces.
Llovía, diluviaba casi, y los relámpagos auguraban truenos. 
Allí dentro, en aquella sala grande, fría, impersonal, ajena, todos estaban unidos por el dolor, aquel dolor que les oprimía el pecho, aquel dolor solo soportable con los buenos recuerdos.
-Un día, ¿recuerdas, Diego?, nos mandó mama a por un pollo vivo para comer, no sé si era por Navidad....Fuimos a por él y nos lo trajimos andando, atado con una cuerda, hasta que en la plaza, sin saber cómo, el pollo escapó. ¿Recuerdas cómo corríamos alrededor de la plaza detrás del dichoso pollo?...jajaja. Si nos hubiese visto ella.....
-¿Te acuerdas tú de cuando se bañó Pedro en el canal Chinchilla, que se tiró de cabeza al sifón porque le dijeron que no era capaz?...jajajaja. Si no tiran de él por los pies se hubiese ahogado boca abajo....
-Sí, y lo peor (dijo Pedro) fue cuando tú, Diego, para que mama no te diese con la zapatilla por llegar tarde, le dijiste que si dejaba de pegarte le decías lo que yo había hecho....¡Y le contaste que había metido los calzoncillos mojados debajo del colchón!...
-Jajajajaja. Es verdad, y recuerdo cómo fue a buscarlos y con ellos en la otra mano se puso a darte zapatillazos....¡Porque podría haberte pasado algo!....
-Una vez se enfadó con nosotros y nos quitó todos los bolindres, que los teníamos en una talega que ella nos había hecho, y con el martillo de papa los dejó hechos polvo de cristal.
-Y a mí me quemó mis cuentos junto con los tebeos del Capitán Trueno. Hizo una enorme pila con todo y lo quemó allí mismo, delante de mí, en el patio, mientras yo lloraba por aquellas historias que ardían. No sé qué  hicisteis aquella vez, pero tuvo que ser gordo, porque a ella le gustaba que leyésemos.... 
Era muy dura con nosotros, pero también, y al mismo tiempo, buena y protectora como pocas. 
Otro silencio, otras lágrimas que no podíamos reprimir, otro trueno que nos volvió al presente, a aquella noche fría y  desapacible de tormenta. Con el miedo que a ella le daban ...
-¡Ay Virgencita de Barbaño! - decía con cada relámpago que se colaba por las rendijas de la persiana y la puerta de cristal del patio.- Este va a ser gordo....
Allí agazapada, sentada tras la puerta del comedor, en un rincón, escondida, asustada, como una niña chica, dejaba atrás toda su aparente dureza para mostrarse tal como era.
- A mí me acostaba con ella cuando había tormenta - dijo entonces Juan, el mayor- Así a mí también me metió el miedo en el cuerpo, y aún hoy no me hacen ni pizca de gracia...
-Otras veces se iba a casa de la "siña" María para pasarla con ella....
Aún no podíamos asumir la verdad. Aún nos costaba hablar de ella en pasado. Todavía, aquella noche, creíamos percibirla tras la puerta, en aquel rincón, rezando a su Virgen, unas veces llamándola de Barbaño y otras del Carmen, con una mano tapándose los ojos y temblándole el cuerpo con cada trueno.
-Mala noche estás teniendo, Juana, la misma noche que hace seis años despidió a papa.
-Es como si el destino se hubiese puesto de acuerdo.
-Ese es papa, que la está llamando, y sabe que , como le da tanto miedo la tormenta, irá a buscarlo para que la proteja.
Mala noche, dura madrugada, llantos, risas, recuerdos y lágrimas, muchas lágrimas por aquella madre que nos dejaba, por aquel padre que se fue antes, por el reencuentro de los dos allí donde fuese, por nuestros padres, aquella pareja tan dispar y sin embargo tan parecida, por aquellas dos personas que nos dieron la vida y que ahora nos unían otra vez en su muerte.
Hoy, día de Todos los Santos, he encendido una vela y he iluminado vuestras fotos, para que no os perdáis, para que nunca estéis a oscuras, para que a ti, mama, no te dé miedo la tormenta, para que a ti, papa, no se te olvide donde estamos, pero sobre todo, padres, para que sepáis que dentro de mí sigue ardiendo vuestra llama, esa llama que encendisteis el mismo día que nací y que se llama amor.

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