- ¡Buenos días, don Nemesio!.
Estaban en cuarto curso de la E.G.B., corría el año 1974. Aún presidía la entrada del centro un gran escudo de cemento de aquella "España, Grande y Libre".
Ella nunca tuvo que cantar el "Cara al sol" dirigiendo su mano alzada hacia aquel emblema de la dictadura, aunque sí presenció el cántico en algunas ocasiones, deteniendo sus pasos durante un instante antes de reanudar su camino.....¡Qué tontería, cantar mirando a una pared!.
Ella nunca tuvo que cantar el "Cara al sol" dirigiendo su mano alzada hacia aquel emblema de la dictadura, aunque sí presenció el cántico en algunas ocasiones, deteniendo sus pasos durante un instante antes de reanudar su camino.....¡Qué tontería, cantar mirando a una pared!.
Entraban en clase y lo primero era rezar; Un Padrenuestro seguido de un Ave María era recitado a coro por los más de treinta niños que había en el aula.
Con ella estaban los mismos compañeros que desde primero compartían pupitres: Juana Mª, José Antonio, Bárbara, Mari Toni, Paqui, Juan José, Blas.......
A don Nemesio le gustaba cómo dibujaba la niña, y cualquier oportunidad era aprovechada para sacarla a la pizarra y que, con tiza en mano, pintase algo relacionado con el tema tratado en clase. Aún hoy recuerda aquel gran puente romano con el soldado en el lateral, ocupando con trazos blancos todo el negro encerado, y que tuvo que empezar subida en una mesa porque su estatura no le permitía llegar tan alto. El Imperio Romano, qué emocionante.
A ella le gustaba la Historia, o le encantaba que se la contasen, que a la postre era lo mismo.
El curso transcurría entre narraciones, problemas de matemáticas y lecturas en clases de lengua. ¡Cuántos buenos recuerdos amontonados iban formando parte de su propia vida!.
Ella no sabía que esa vida iba a dar un giro, justamente, al cabo de un año.
La inspectora, doña Julia, seguía haciendo sus visitas rutinarias a clase, revolviendo a profesores y alumnos, todos ellos con miedo y servil respeto por aquella señora de pelo teñido, gafas y aspecto de duro sargento.
Las inspecciones se vivían con nerviosismo. Los maestros, avisados de su inminente llegada, apremiaban a los niños para que estudiasen, para que repasasen y memorizaran hasta la última coma de los temas. Nunca se sabía por dónde podrían ir las preguntas y si sería ella quien elegiría a los niños o serían los profesores los encargados de elegir a sus "víctimas".
La niña no tenía problema en que le preguntasen. Lo único que la paralizaba de la situación era que su timidez la dejase muda. Esa señora infundía auténtico terror en ella.
Doña Julia no solo preguntaba, también escrutaba, miraba, examinaba, todo ello con aquella boca rígida, sin fuerza en las comisuras para ensayar siquiera una sonrisa. Si no fuese inspectora de educación- pensaba la cría- haría un buen trabajo como carcelera. Presas, eso es lo que parecían las niñas del colegio gracias a los diseños de uniformes de esa señora, y con el último se había superado: Babi de cuadritos en azules, rojos y blancos, sin mangas y con cuello en pico....¡Sublime!.Parecían presidiarias en vez de alumnas de una escuela. ¿Porqué no podían llevar unos uniformes como los del colegio Santo Tomás (que era de "pago") con su falda plisada, la camisa blanca y una chaqueta a juego con los calcetines?....Esa mujer, definitivamente, odiaba a las niñas, y nadie la haría cambiar de opinión.
La visita llegó, preguntó y se marchó, dejando un regusto a trabajo bien hecho .La tranquilidad, cuando la vieron salir por aquella reja de hierro, volvió otra vez a la escuela .
Don Nemesio sonríe, sus alumnos han pasado la prueba con nota. Estaba muy orgulloso de ellos.
- Ahora, niños, voy a contaros una historia....
-¡Maestro! ¿Puedo ir a cagar?....
- Señorito, no se dice cagar, se dice defecar... Puedes ir, venga, pero no tardes mucho.
....Y todos los niños estallaron en carcajadas. La tensión había soltado muchas risas nerviosas y algún que otro vientre.
-¡ Orden orden, que aún no ha acabado la clase!.
A partir de entonces todo pareció transcurrir muy deprisa.
Al año siguiente murió por fin el dictador que los mayores llamaban generalisimo, ese hombre del que nadie osaba hablar mal y al que todos ahora resultaba que deseaban muerto. La niña de la casa chica no entendía nada.
Sus padres contaron, por fin, las cosas horribles que había hecho aquel señor. Sus padres, por fin, empezaron a tener fe en el futuro de sus hijos, aunque no las tuvieran todas consigo. ¿Qué podrían esperar de aquel muchacho recién nombrado rey, o de los antiguos amigos del régimen, se resignarían a vivir en la sombra?.
Doña Julia ya no volvió a aparecer por las clases. El escudo del franquismo fue descolgado de la pared, casi entero, con tino, no fuese que apareciesen de nuevo los fantasmas del pasado y les castigase por maltrato a una enseña tan "ilustre".
Ella dejó de usar uniformes, se acabó ir a clase como si cumpliese condena.
Ese año, 1975, dio comienzo una nueva vida, tanto en la escuela como en el país, y la niña pasó la transición casi sin darse cuenta, como todo lo que ocurre en la niñez, si bien los cambios le estaban gustando.
Si eso era la libertad- pensaba- ¿Cómo es que no la habían inventado antes?....
Bendita inocencia.
¡Pues que es un relato precioso, niñaa..! Felicidades. Un beso.
ResponderEliminarQue recuerdos me ha traído este relato tan estupendo.Me ha encantado tu comentario y el volver a visitarte,Besitossss.
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