Sentada en el sofá, con el café largo entre las manos, la televisión puesta en no importa qué cadena, miraba por la ventana la lluvia que acababa de llegar. Era otoño, estación recién estrenada a la que ella no tenía en buena estima. Ya se notaban los días un poco más cortos, un poquito más frescos -aunque no mucho, en Extremadura el verano se resiste a marchar- y el corazón se volvía nostálgico como el clima, cansino como las hojas amarillas que empezaban a caer.....
Era tiempo de añoranzas, o no era el tiempo, sino la lluviosa tarde, que acompañaba al recuerdo de otros días pasados. Allí estaba, al fin y al cabo, abstraída de otra cosa que no fuese el lento descenso de las gotas de agua por los cristales.
Había llovido mucho, muchos otoños habían pasado por su mirada, como también veranos con sus calimas, primaveras con sus olores e inviernos con sus aterradores fríos. La niña de la casa chica había vivido ya muchas estaciones, muchos años y aún no podía abandonar a aquella pequeña que la miraba desde el fondo de su corazón. Aquella cría con trenzas no quería dejarla, se obstinaba en estar allí, en aquel rinconcito de su mente, asomándose de vez en cuando a su "nuevo mundo" de adulta, intentando averiguar cuánto de ella aún perduraba en esa otra persona de cuarenta y ocho años en la que se había convertido. Salía, por aquel túnel de los recuerdos, despacito, como siempre había andado por la vida, casi de puntillas, para no enfadarla como en su día hizo con sus adultos, y una vez fuera, asomando aquel flequillo y esos curiosos ojos verdes, sonreía....Se descubría aún en su otra "envoltura", se sabía reencarnada, pero presente, y eso le gustaba.
Entonces era su momento. Con su vocecita de niña, susurraba en aquel túnel los momentos vividos, la felicidad de una numerosa familia, el trabajo incansable de aquella madre ya desaparecida, las noches de juegos con aquel padre con los huesos molidos por el trabajo y la sonrisa intacta, las risas de aquellos hermanos, las conversaciones mantenidas con aquellos buenos vecinos, el cariño de aquellos profesores que tuvo, las primeras amigas, el primer amor platónico, la primera decepción, el primer beso con aquel noviete.......Esos susurros que nadie oiría más que ella, su otra yo, las mantenía unidas. Aquel vínculo, que nadie podría romper, las unía más que nunca en días como hoy.
Y es que el otoño invita al recuerdo. Por eso no le gustaba.
Todo recuerdo te oprime el corazón, te lo rompe un poquito, añorando su sabor si es bueno, sabiendo que ahora no puedes degustarlo , y amargándote , revolviéndote la bilis y dañándote el alma si es un mal recuerdo el que te invade......
El café se ha enfriado.
La niña de la casa chica se ha levantado, acercando su cara al cristal. Fuera ha dejado de llover, ha sido solo una "mareíta", como decía su padre, un poco de agua para que la tierra tome un aperitivo.
Abre la ventana. Huele a mojado. Sale al balcón y respira hondo.
Su otro yo, la pequeñaja con trenzas, se ha ido a su rinconcito, tendría ya sueño.
Ella sonríe, le cae bien esa niña.
Vuelve adentro, cerrando tras de sí las ventanas. Es hora casi de la cena, y una niña pelirroja corre hacia ella rodeándola con sus brazos.
-¿Qué hay de cena, mami?.......
Y la niña de la casa chica abraza a su hija, esa otra pequeñaja que tiene y tendrá siempre otro rincón en su corazón.
Quizás no le disguste tanto el otoño.......
Precioso Mamen. Me encanta. Un beso
ResponderEliminarGracias, mi niño, tú siempre tan amable e indulgente conmigo.... Un beso.
EliminarPara mi Mari el otoño es nostalgia.
ResponderEliminarCusntas cosas que fueron y cuantas que pudieran haber sido ....
El otoño invita a viajar atrás en el tiempo, pero no debemos aferrarnos mucho a él, siempre vendrán estaciones para vivirlas.
ResponderEliminarHola. Me alegro que hayas vuelto a escribir...echaba de menos leer tus hermosos relatos. Me ha encantado. Besos
ResponderEliminarMuchas gracias, Paqui. Un beso.
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