Una, dos, tres, cuatro....... Sentada en aquel banco de piedra, con la chaqueta sobre los hombros, miraba caer las hojas junto a ella.
El parque estaba desierto si no mirabas más allá de aquellos setos, algo que a ella no importaba.
Con sus gafas de lejos apenas podía, ni quería, ver más allá. Para mirar dentro de sí no necesitaba cristales.
Hacía un año. Trescientos sesenta y cinco días con sus noches, sus horas, sus minutos y sus segundos. Un año. Observado desde fuera no era nada, un suspiro que arrancaba hojas al calendario, hojas que iban cayendo como esas otras que ahora observaba.
Se fue rápido. No hubo despedidas. Un suspiro a medianoche, al acostarse, un suspiro que ella no supo interpretar y que achacó al cansancio de la vejez, fue lo último que salió de sus labios. Y se apagó.
Un año, todo un largo y triste año.
- ¿Porqué me has hecho esto?....
- Me tocó el turno, mi vida.
- No digas tonterías, te deberías haber resistido.
- No se puede pelear con la muerte, mi niña, Ella siempre vence.
- Conmigo también te rendías pronto. Te odiaba por tu poca resistencia. Me crispabas con tu sonrisa condescendiente, tus movimientos afirmativos de cabeza, tu beso para callarme las rabietas....
- Sé que en el fondo te gustaba, no te hagas la dura.
- ¿Dura?. Perdida es lo que estoy sin ti. Siempre hacías lo que te pedía, ¿porqué?....
- Porque te quiero.
- Y yo también, cariño, pero necesitaba enfrente a un rival más poderoso, alguien que supiera decirme NO de vez en cuando. Me sentía a veces un poco loca, ya sabes, por lo de darles siempre la razón.....
- Tú siempre has estado un poco loca.
- Ja ja ja ja. No me hagas reír. No quiero reír. Estoy enfadada contigo, muy enfadada.
- Ya sé yo cómo son tus enfados, nunca duraron más de diez minutos.
- ¿Porqué no peleaste, mi amor?. ¿Porqué me has dejado con esta soledad que me desgarra el alma?. ¿Por qué no dejas que te acompañe?....
- La muerte es impredecible, niña. ¿Cómo voy a pretender yo hacerte daño?.¿Cómo no voy a desear tenerte aquí, conmigo?.....Pero no, mi vida, no debes siquiera pensarlo, no lo desees tampoco. Todo ocurre por alguna razón. Deja que te espere. Deja que te vaya construyendo un nuevo hogar aquí donde me encuentro. Ve tú entretanto preparándote. Ve tú, mientras, hablando a los nietos sobre mí. Sigue, mi vida, mi ejemplo, y no regañes nunca a los niños. Haz lo que solíamos hacer aunque yo ya no esté. Cuando hayas terminado la tarea, cuando hayas llenado de buenos recuerdos el corazón de los nuestros, dame un toque, que yo vendré a buscarte. Ese día, mi niña, quiero encontrarte linda.
No te pondrás gafas que oculten la luz de esos ojazos que me vuelven loco. Abandonarás ese bastón, no lo vas a necesitar allá donde voy a llevarte, y sobre todo, antes que lo olvide, pinta esa sonrisa de muchacha que aún conservas, sabes que me gustaba cuando la acentuabas con rojo. Píntate los labios, retócate el pelo, quítate las gafas y piensa en mí. Antes de que puedas mirar el reloj habré llegado a recogerte.
- Eres tonto, mi niño, me has hecho llorar.
Se quitó las gafas, enjugó sus lágrimas y volvió a colocárselas, pero, al mirar a su lado, el banco estaba vacío.
- Un año, todo un año, trescientos sesenta y cinco días, y aún converso contigo...
Las hojas continuaban cayendo. El parque desprendía olor a mojado. Las flores habían abandonado sus coloridos pétalos y el verde se mezclaba con el amarillo.
Ella se había levantado. Un pequeño crujido de sus rodillas la devolvió a la realidad. Estaba mayor, pero sin embargo qué joven se sentía después de una conversación con él; una conversación que muchos habrían tachado de chifladura y que a ella, sin embargo, le parecía de lo más normal.
- ¡Ay, mi niño, no tardes mucho en avisarme, estos huesos no podrán esperar largo tiempo, y yo tampoco! ¡Ahhhhh!.
Y se dirigió a la salida con su bastón, su chaquetilla sobre los hombros y esas gafas que a él no le gustaban, esas gafas que ocultaban la luz de esa mirada llena de amor y de recuerdos, esa mirada que a él le enamoró nada más mirarse en ella.
Y pudo oírlo.
Al pisar las hojas secas crujieron las que él iba pisando.
- ¿Me sigues?....
Y ambos sonrieron.
El amor cuando es de verdad nunca se pierde.......ni la muerte puede separarlos! Muy bonita la entrada y muy entrañable....Te felicito por tu forma de expresar lo que llevas dentro.
ResponderEliminarMuchas gracias, Otililia, es lo que pretendía. Un beso.
ResponderEliminarUn relato conmovedor y muy bien escrito. Me ha gustado mucho. Un beso.
ResponderEliminarMuchas gracias, Paqui. Me alegra que te haya gustado.
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