La lluvia golpea con fuerza los cristales, el agua se ha hecho piedra y cae fría, sin piedad, amontonándose en el balcón. El cielo se raja en truenos y los relámpagos iluminan el campo que tengo enfrente. A la luz del último, diviso la tienda, lona que mal cubre a un grupo de desarraigados, almas errantes que no tienen inicio, que no tienen censo ni lugar para morir, cuya morada es el todo y su futuro la nada.
Niños con zapatos pequeños, o demasiado grandes, o sin zapatos, con pelo enmarañado y caras sucias de años, tristeza en los ojos y sonrisa en sus labios cuando juegan con algún camión abandonado por otro niño con mejor vida, conntenedores que nutren sus sueños y proveen de cosas asombrosas que alguien ha tirado por viejas o aburridas.
Las mujeres recogen envases de plástico de nuestro contenedor amarillo, para el agua que cogen en la gasolinera, que aún les dan gratis, que les calma la sed y les quita el polvo pegado a sus ropas.
Una cuerda enganchada en el árbol grande les sirve de tendedero, y las risas llegan hasta mis oídos y me hacen sentir un poco mejor. Su pobreza no es tan mala cuando juegan. La imaginación suple con creces cualquier juguete interactivo o cualquier película de dibujos.
Y estamos en el siglo XXI, y me pregunto que en qué siglo vivirán ellos y cuáles serán sus expectativas, qué hacen con sus enfermos o con sus muertos, cómo nacen sus hijos, cómo asisten a las madres, qué apellidos tienen y cómo saben las fechas de los cumpleaños.
Ha amanecido un nuevo día. La lluvia cesó al fin.
Abro la ventana y miro instintivamente al frente. La tienda ha desaparecido junto con los caballos que acompañan sus pasos. Los restos de su estancia quedan allí, entre la hierba. Veo el pequeño camión sin ruedas, la silla de paseo de bebé desvencijada, ..... pero ellos han marchado, temprano, con la primera luz de la mañana, como si tuvieran prisa por llegar a otro lugar. Pero, ¿adónde?. No lo sé. Sólo sé que volveré a verlos, que cualquier día abriré mi balcón y los encontraré allí como siempre, como parte del paisaje.
Y me viene a la memoria García Márquez, "Cien años de soledad", los huesos viajando en el saco, y los veo a ellos, errantes del siglo XXI, con sus bultos a cuestas, con su pasado en el carro y su futuro en el corazón.
Se avecina otra tormenta. Cierro los cristales. Buen viaje. Resguardáos del agua.
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