La amistad es un privilegio del que disfrutamos los humanos, y que ninguna otra especie viva comparte.
Cuando las cosas te salen mal, o si el destino te da un revés, muchos de esos amigos desaparecen, huyendo del problema, buscando la comodidad que da el no saber nada, el no inmiscuirse. El amigo de verdad, llama a tu puerta bien temprano, te da los buenos días, se sienta y te pregunta. Escucha tus problemas, tus desvaríos a veces, tus dudas, tus miedos, y cuando acabas, te dice: aquí estoy, ¿qué quieres que hagamos?.
A lo largo de mi vida he ido dejando atrás algunos de los primeros, esos que proclaman su amistad a los cuatro vientos, como si te hiciese un favor al escogerte, esos amigos que cuando empiezas a levantar el vuelo solo, después de algún mal despegue, te evitan, porque ya no les sirves, ya no tienen a quien ayudar para sentirse importantes. Esos amigos son los que más duele perder, pues te hicieron creer que su amistad era sincera, que te ayudaban de forma altruista, que tus pesares quedaban bien resguardados de miradas indiscretas y de oidos maliciosos, que todo lo que hablabais quedaba en secreto, guardado para siempre.
Aún así, debo dar gracias, porque tengo grandes amigos. Son pocos, por supuesto, porque así debe de ser, nadie se puede jactar de tener 200 amigos, como en el facebook, porque solo son conocidos, y algunos ni eso, personas casi anónimas con los que compartes fotos, comentarios, chistes, vídeos, algo entretenido con lo que pasar un rato, pero a la hora de la verdad, apagas el ordenador y buscas a los verdaderos, esos a los que no tienes que mandar fotos porque te tienen en su memoria, a los que no tienes que comentar nada porque ya saben cómo opinas, a quienes no cuentas un chiste frío, sino que haces reir a carcajadas con alguna de tus tonterías... Esos AMIGOS no los has encontrado en la red, estaban ahí desde hace mucho, porque el destino así lo quiso.
Para mí, alguno de ellos son mi familia, porque los he tenido en todo momento, cuando la mía propia no aparecía. Lloraron conmigo, se alegraron por mí, vivieron su vida con la mía, y por eso esta carta va para ellos, porque los quiero como se debe querer a un amigo, sin fisuras ni resquemores, sin deudas de sangre ni obligaciones, simplemente porque sí, porque están siempre al otro lado de la puerta, y cuando los llamo vienen, sin preguntar para qué los necesito, sin aguardar nada a cambio, simplemente porque la amistad es lo más grande que pueda tener una persona. Elegí a mis amigos, y a veces tuve que descartar a algunos, pero al final la criba es positiva, porque me he quedado con los mejores.
Os quiero a todos, de corazón. Gracias por existir. Gracias por soportarme. Gracias por quererme. Gracias.
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